En una película de Indiana Jones habría parecido imposible… En Turquia, al golpeat un martillo en el sótano de su casa y romper el piso, un hombre descubrió una ciudad subterránea oculta, que se adentra en las profundidades de la tierra y se remonta a dos mil años atrás.
Si bien las ciudades subterráneas no son desconocidas en Turquía —a menudo se recurría a ellas para esconderse de los atacantes—, la de Derinkuyu, en Capadocia, es de una magnitud asombrosa.
La ciudad se extiende 85 metros hacia abajo, en los que se comprimen 18 niveles de viviendas, almacenes, bodegas, establos, capillas e, incluso, un espacioso salón de clases con techo de bóveda de cañón. Podría haber albergado a unas 20 000 personas durante meses, y es posible que estuviese comunicada con otros refugios subterráneos más pequeños y cercanos a través de una red de túneles.
Aunque el descubrimiento de Derinkuyu ya es noticia vieja desde el punto de vista arqueológico (ese primer hallazgo del sótano se produjo en la década de 1960), excavarlo por completo llevó décadas, y sigue siendo un lugar de estudio que aún encierra cierto misterio.
¿Quién la construyó y cómo lo hizo?
Es probable que las primeras habitaciones hayan sido excavadas por los hititas hacia el año 1200 a. C., pero los frigios las ampliaron cientos de años más tarde. Puede que hasta los cristianos contribuyeran a su ampliación en los primeros siglos de nuestra era. Nadie lo sabe con certeza: incluso la historia de su descubrimiento es controvertida. Algunos afirman que ocurrió cuando un granjero que buscaba pollos vio cómo estos desaparecían en una grieta de la pared.
En cambio, sí se sabe con certeza el modo en que sus creadores lograron semejante hazaña. La piedra característica de la región está formada por ceniza volcánica, por lo que es blanda, así que no resulta difícil extraerla a mano. A las familias les habría resultado bastante fácil construirse una casa (a menudo, con dormitorios, cocina y baño), y la ciudad habría crecido de manera orgánica a medida que miles de mineros aficionados se ponían manos a la obra.
Sofisticados canales de aire y sistemas antirrobo
Lo último mencionado no resta mérito al logro. Se excavaron miles de conductos de ventilación para garantizar que los atacantes no pudieran sofocar el suministro de aire. Se utilizaron enormes piedras redondeadas para atravesar y sellar los túneles de acceso. Los pasadizos, deliberadamente sinuosos y estrechos, se diseñaron para confundir a los invasores. Además, se abrieron canales para llevar agua fresca a cada nivel.
Se cree que en 1923 aún se utilizaban pequeñas secciones de la ciudad, hasta que un acuerdo comercial entre Turquía y Grecia permitió reubicar lejos de allí a los últimos habitantes que conocían su historia. Así, el relato sobre Derinkuyu se desvaneció.
En las décadas posteriores a su redescubrimiento, se convirtió en una atracción turística —o, al menos, parte de ella—, y este notable ejemplo de “minería civil” fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Una cosa más…
Derinkuyu es un extraordinario trozo de historia, y una de las mayores hazañas de sus constructores es la profundidad de los pozos excavados para obtener agua. Pero ¿qué profundidad hay que alcanzar para encontrar el agua más antigua del mundo?
Esa particular variedad de H20 se encuentra a casi 3 kilómetros de profundidad, en el fondo de la mina de Kidd Creek, en el norte de Canadá, y se cree que lleva atrapada en las rocas más de dos mil millones de años. El descubrimiento inicial, hace unos años, le valió a la Dra. Barbara Sherwood Lollar, de la Universidad de Toronto, la Medalla de Oro Gerhard Herzberg en Ciencias Naturales e Ingeniería de Canadá. Normalmente, en la mina se extraía cobre, zinc y plata, pero en una perforación exploratoria en busca de más mineral se encontraron con el agua, y en una cantidad sorprendente. “La gente da por sentado que se trata de cantidades ínfimas”, explica la profesora Sherwood Lollar, “pero sale a borbotones frente a ti”. El equipo analizó los gases disueltos, como helio, argón y neón, para determinar su antigüedad. Aunque era incolora cuando se recuperó, se volvió naranja en contacto con el oxígeno al activarse los minerales dominantes. En su intrépida búsqueda del conocimiento científico, Sherwood Lollar la probó y la describió como muy salina y con olor a humedad, y más viscosa que el agua del grifo, con una consistencia similar a la del jarabe de arce. Así que no creo que la veamos embotellada y al fondo del bar en un futuro próximo.